Cuándos nos referimos a la castidad estamos hablando de la pureza sexual, lo cual implica que tanto mujeres como hombres deben ser moralmente limpios ya sea en pensamientos, palabras o acciones.
Es cierto que Dios invita a su pueblo para que practiquen la intimidad sexual pues esta es necesaria para mantener la creación de los hijos y la expresión del amor entre el marido y la mujer.
Sin embargo, El Señor dictamina que esta intimidad sexual sea reservada hasta el matrimonio. Pues únicamente cuando los seres son puros sexualmente, es cuando son dignos de la compañía del Espíritu Santo y estamos protegidas contra el daño emocional y espiritual del pecado sexual.
Oración de Bendiciones
Purísimo y amabilísimo Señor mío Jesucristo,
que como maestro celestial nos enseñaste el
tesoro escondido en la castidad, y quisiste nacer
de una Madre Virgen, y amas y tienes por esposas
a las vírgenes y a las almas limpias que por no
mancharse con los deleites de los sentidos te han
consagrado su pureza: tú me mandas, Rey mío,
que sea casto; y yo sé que no puedo sin tu favor.
Dame, pues, Señor, lo que me mandas, y manda lo
que sea de tu agrado.
Mi carne es flaca, mi inclinación perversa, el fuego
de mi concupiscencia, infernal, la leña con que este
fuego se alimenta, mucha y seca, los enemigos que
la atizan solícitos y poderosos, y continuas las
ocasiones que como viento soplan y encienden las
llamas de la concupiscencia. Pues, ¿cómo podré
yo resistir a tan crueles enemigos, y vivir en medio
de este incendio sin abrasarme?
Bien sé, Señor, que por mí mismo no puedo alcanzar
victoria de mis pasiones; más lograré alcanzarla con tu
gracia, y con el rocío del cielo apagar las llamas que me
atormentan y consumen. Y ¿por qué no podría yo lo que
tantos niños y jóvenes han logrado? No lo hicieron ellos
ciertamente por su virtud, sino alentados y esforzados
con tu brazo poderoso. Pues ¿por ventura, Señor, se ha
abreviado tu mano, o se ha agotado tu gracia, o enflaquecido
tu virtud? ¿No he de poder yo, armado con tu espíritu,
sujetar esta carne rebelde y domar el vicio inmundo de la
concupiscencia? ¿No he de conseguir con el auxilio de tu
gracia, conservar mi alma sin mancha? ¿No he de poder,
ayudado del santo Ángel de mi guarda, resistir al demonio,
mi tentador y acusador, y guardarme en la presencia de
este espíritu bienaventurado de toda acción inmodesta y criminal?
¡Ah, Señor! mayor es infinitamente tu bondad que mi malicia:
tu misericordia que mi miseria: tu poder que mi flaqueza:
la virtud de tu espíritu que la fragilidad de mi carne.
Tenme, pues, Jesús mío, con tu mano poderosa para que
yo no caiga; otórgame la gracia para que yo huya todas las
ocasiones, para que resista a la tentación en sus principios,
para que guarde con gran diligencia mis sentidos, apartando
mis ojos a toda vanidad, cercando mis oídos con espinas, y
refrenando mi lengua con cuidado. Haz que traiga mi alma
siempre ocupada con santos pensamientos, que ame y
busque las santas asperezas de la penitencia, y que huya
de tratar con personas cuyo aspecto daña, cuya voz enciende,
y cuya familiaridad es lazo de perdición y de muerte. Infunde en
mi alma la dulzura de tu Espíritu, para que gustando la suavidad
de sus deleites, deseche los gustos amargos de la carne, y
para que ella se rinda y esté sujeta al espíritu, sujeta mi mente
y mi corazón a tu santa y adorable voluntad.
Amén.
Horen por mi por favor