Hombre en soledad a Dios

    El pueblo de Dios, es decir, nosotros sus hijos por quienes este dio en sacrificio a su hijo Jesús el mesías, para salvarnos del pecado, debemos constantemente enfrentar uno de los mayores desafíos y pruebas de lealtad del Señor, la soledad, porque en la actualidad aún son muchos los corderos descarriados del rebaño del Todopoderoso quienes no comparten la alegría de los creyentes, destinando su tiempo a otras actividades, es por ello que si en este momento te sientes solo a la vez que no encuentras a alguien con quien desahogarte, recuerda que Dios siempre está para ti en todo momento.

    Oración para Dios

    Contigo vengo, Dios, porque estás solo
    en soledad de soledades prieta.
    Conmigo vengo a Ti, porque estoy solo,
    sintiendo por el pecho un mar de pena.

    Qué tristeza me das, Dios, Dios, sin nadie
    que te descanse, Dios, de tu grandeza,
    que te descanse de ser Dios, sin nada
    que te pueda inquietar o te comprenda.

    Qué tristeza me doy, perdido en todo,
    y todo mudo, tan lejano y cerca,
    cada vez más presente ante mis ojos
    en un mutismo que no se revela,
    con el corazón loco por Saberte,
    preguntando en la noche que se adensa.

    Con voz de espadas clamo por mi sangre,
    rebusco con mis manos en la tierra
    y escarbo en mi cerebro con mis ansias.
    Y silencio, silencio, mudez tensa.

    Dios, pobre mío, todo lo conoces.
    Para Ti todo ha sido: nada esperas.
    Hasta lo que me duele y no me encuentro
    Tú lo conoces ya, porque en mí piensas.

    Yo no conozco nada, Dios, y tengo
    socavones de amor llenos de inquietas,
    oscuras criaturas que me gritan
    palabras, no sé dónde, que me queman,
    preguntas que me tuercen y retuercen,
    sábana viva chorreando estrellas.

    Qué compasión me tengo, Dios, pequeño
    llamando siempre a la inmutable puerta
    con las palmas sangrando, a la intemperie
    de mis luces y dudas y tormentas.

    Qué compasión te tengo, Dios, tan solo,
    siempre despierto, siempre Dios, alerta,
    sin un pecho bastante, Dios, Dios mío,
    que ofrezca su descanso a tu cabeza.

    Cómo me dueles, Dios. Cómo me duelo
    herido por la angustia que te llena,
    sin poder descansarte, sin caberte
    en mis entrañas ni aun en mis ideas.

    No puedo más Contigo, que me rompes
    creciendo por mi dentro y por mi fuera,
    cercándome, estrechándome, ahogándome,
    dejando, sin saberlo, en mí tu huella.

    Y soy hombre, Señor. Soy todo caspa
    de angustiosa esperanza contrapuesta,
    arcilla informe de reseco olvido,
    quizá, capricho de tu indiferencia.

    Señor, qué solo estás. Cómo estoy solo,
    yo con mi carga insoportable a cuestas,
    Tú, con todo y sin nada —¡todo, nada!—
    más que Tú, Dios perdido en tu grandeza,
    muerto de sed de amor de algo supremo,
    Dios, algo que te alegre y que te encienda.

    Sin nada superior a Ti creado,
    mi voz alzada al límite no llega
    a rumor que resbale por tus sienes,
    a brisa en tus oídos, que se secan
    de no oír desde nunca una palabra
    que antes de estar en hombre no supieras,
    pobre Creador, Dios mío sin sosiego,
    preso en tu creación, en diferencia.

    A Ti vengo, Señor, porque estoy solo,
    a veces aun sin mí. Pero no temas,
    Señor que has puesto en mí necesidades
    sin darme el modo de satisfacerlas.

    Perplejo, recocido de inquietudes,
    de Ti tengo dolor: de mí, conciencia
    de ser como no quiero, ser inútil,
    vana palabra, humana ventolera
    con sabor de cenizas y de ortigas
    clavándome alfileres en la lengua,
    y un huracán de vida por la carne
    que no ha encontrado carne que florezca.

    Versos, versos, más versos, siempre versos,
    ¿y para qué, Dios mío? Dentro queda
    una fuente de llanto sofocado
    minándome la hirviente calavera,
    sin encontrar salida a la congoja
    cada vez más patente. Y todo niebla.

    Contigo vengo, Dios, porque estoy solo,
    me huyes cada vez, más te me alejas.

    ¿No tienes qué decirme, Dios, qué darme?
    ¿No ves, Señor, no ves, Dios, cómo tiembla
    este vaho que se alza de mi vida,
    hierbecilla perdida que se hiela?

    Encallece mi alma, Dios. Haz dura
    la mano y la mirada: hazme de piedra.
    Quítame el sentimiento que me escuece.
    Borra, Señor, con sol, mi inteligencia.
    Déjame en paz, en flor, en roca, en árbol,
    en muda, resignada, dulce bestia
    caminante con ritmo y sin sentido
    por un mundo de instintos e inocencia,
    o dame con la luz aquel sosiego.

     decoding

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